Lady siempre entendió que la
infancia resulta ser el estado del ser humano en el que más pura se lleva aún
el alma y por consiguiente, más cercana nuestra predisposición natural para
conectarnos íntimamente con lo que entendemos como la Creación. En esa etapa la
indefensión, la falta de maldad consciente del ser humano es total y por lo
tanto, ella asume como prioritaria la protección de los más pequeños.
De ahí que atentar contra un niño
resulta ser la más grave de las afrentas a la dignidad de las personas, algo
despreciable que ciertas lacras humanas suelen cometer sin ningún tipo de
reparos ni miramientos.
En ese sentido, los cobardes no tienen consideración en
seleccionar a sus víctimas y, ante la falta de reflejos y capacidad para
defenderse de los más pequeños, los desgraciados se sienten más fuertes e
impunes.
De ahí que Lady demuestre sin
tapujos mayor ensañamiento contra quienes atentan contra alguno o muchos de esos
niños, vulnerando tanto su dignidad como su seguridad o integridad física. No reconoce
atenuantes para actuar en consecuencia. El maltrato y la violencia contra la
infancia es algo que no puede tolerar y el castigo que ella impone contra
quienes lo vulneran resulta ser impiadoso y sin medias tintas.
Ella piensa que en el camino de
la superación espiritual -ese para cuyo logro no alcanza a veces el transcurso
de una vida- la meta de todo individuo que busca la sabiduría es retornar al
grado de pureza que ya tenía antes de nacer, que aún conserva latente en los
primeros años de infancia y que luego pierde bajo el condicionamiento que la
sociedad nos va imponiendo.
El propósito de ese crecimiento
interior resulta ser entonces el reencontrarse con nuestro verdadero niño
interior que sobrevive –o no- debajo de todas las gruesas capas que nos vamos
construyendo para protegernos a lo largo de nuestra vida.
Ella, que ha visto y padecido
tanto, que ha logrado hacer el camino de superación en forma distinta al del
resto de los mortales, ante la pura inocencia de un niño aún logra conmoverse
profundamente, y el hecho de poder seguir sintiendo esas emociones la acerca
mucho más –al menos por un momento- hacia esa noción de humanidad que tantas
veces ha creído perdida.