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*todas las ilustraciones han sido editadas a partir de fotos halladas en la red.

*la historia es propiedad de la autora del blog y no puede ser reproducida



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miércoles, 18 de mayo de 2011

Capítulo 8: El elixir de la muerte



Bien entrada ya la noche, las dos mujeres compartieron un té bajo la luz amarillenta de aquella humilde cocina.  Primero reinó el silencio, pesado, espeso…contemplándose una a la otra sin mediar palabra, ambas mujeres sintieron que frente a sí no se encontraba una extraña, más bien intuían que una antigua amiga había retornado después de mucho estar separadas.



La anciana fue quien otra vez tomó la iniciativa y comenzó a tender pistas para que su interlocutora consiguiera ubicar su huella entre las sombras de su pasado.



Allá lejos, en el principio de sus días, el destino quiso que sus pasos coincidieran en un punto preciso de sus vidas. Una de ellas luchaba por llegar a ser una gran guerrera, la otra, intentaba ahondar en los secretos de la magia y la astrología. Fueron varios años de aprendizaje compartido bajo la tutela de grandes maestros. Uno de ellos, precisamente, fue quien las hermanó en la búsqueda de la perfección y la perseverancia.



Cada cual con distinto objetivo puso en práctica lo que el mismo tutor les impartió como premisa en sus respectivas disciplinas: aprender a encontrar el equilibrio interior como punto de sustento para su propia realización. Esa era la meta. Ese era el camino.



Después de haber compartido esa sustancial etapa de sus vidas, ambas jóvenes continuaron por distintos rumbos, cada cual avanzando hacia su propio objetivo, cada una ignorando -por mucho tiempo- cómo había sido el destino de la otra. Alguna vez alguien, como al pasar, les recordó sus nombres. Alguna vez ambas recrearon en sueños aquellos momentos convividos.


Pero no fue sino hasta ese momento impensado, allí, entre los callejones de una lejana ciudad de otro tiempo, que ambas condiscípulas volvieron a encontrarse.



Habían pasado muchos siglos. Muchas vidas hubiesen podido construirse con parcialidades de sus existencias. Mucha sabiduría adquirida. Muchas experiencias atesoradas. No pocas frustraciones asimiladas. No menos alegrías diluidas.



Una de ellas llevaba la eternidad por dentro. La otra, la mostraba en cada pliegue de su rostro.
Rememorando lejanas instancias, logrando reconstruir viejas anécdotas, ambas mujeres consiguieron reencontrarse sumidas en la melancolía que da el saber que nunca se recupera lo que ya se ha vivido.



Si una de ellas logró transitar hacia la inmortalidad por propia superación interna, la otra, en cambio,  la había adquirido mediante reiterados intentos de hechizos y conjuros. Pero mientras una la continuaba padeciendo en silencio, la otra decidió un día renunciar a ella.



Volviendo a recurrir a elixires y pócimas la hechicera logró deshacer lo que mucho tiempo atrás creyera su única meta: vencer a la muerte. No había sido premio eso de saberse eterna. Tenía muchos altibajos. Requería de suma fortaleza…y fue en esa lucha que claudicó.
Decidió un día que prefería continuar el desgaste natural que impone el transcurrir de la vida. Aceptó envejecer. Se dispuso a morir.



Pero quiso la suerte que antes de irse se topara con quien fuera colega en el principio de su trayecto y comprendiendo –por haberlo experimentado y padecido- lo que significaba saberse eterna, le ofreció, en conmemoración de los buenos tiempos, la posibilidad cierta de salirse, también ella, de la trampa dolorosa de ser inmortal, sufriente y sola, por los siglos de los siglos.



Un sol apenas tibio asomaba en el horizonte ceniciento. Las calles de la ciudad iban despertando lentamente del submundo de la noche. Los noctámbulos volvían a casa. El resto de los mortales se disponía a salir de ella.



Con paso cansino y una multitud de sensaciones, recuerdos y pensamientos sobrevolando su cabeza, Lady retorna, luego de una noche muy especial, a su refugio. Lleva una buena cuota de cansancio acumulado sobre sus hombros, el aleteo breve que aún le provoca la sorpresa del reencuentro, su acostumbrada soledad y melancolía por los siglos acumulados, el reloj de su espíritu continuando siempre su eterno trayecto, una leve chispa recién nacida en sus ojos…y una muy sub-valuada pócima escondida entre los pliegues de su ropa:



¿quién otro, además de ella, podría valorar un elixir que en vez de provocar la inmortalidad prometiera detenerla?

5 comentarios:

  1. Me tengo que poner al día porque con mi ausencia,me he perdido capítulos muy interesantes.
    Besos.

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  2. Que Lady valore la pócima me parece bien, pero que la guarde bajo siete llaves, porque aún es pronto, muy pronto para detener la inmortalidad... aún quedan muchas vilezas que reparar y muchos entuertos que resolver: !a por ello, Lady!!!

    Millonazo de besitos. Neo la historia, como siempre, genial hija mía

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  3. Morgana: gracias por pasarte a visitar a Lady!...se te extrañaba!

    Apm: muchas gracias por tu continuo entusiasmo!...tanto Lady como yo lo valoramos mucho!!!!

    Un besazo a cada una!

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  4. Acabas de ascenderla al olimpo como una diosa más y seguramente será más justa que los demás dioses que ya conocemos.

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  5. Voy leyendo Mónica y me atrapas con tu lengüaje y tu ritmo. La hechicera escogió morir, sabe lo que es la inmortalidad, Lady deambula eterna y joven, la veo sola, sin un amor siquiera, determinada, persistente.
    Un encuentro tras los siglos entre dos mujeres que escogieron cada una su camino.

    Sigo el camino de tu história, toques góticos, mágicos, el tiempo en tus manos, ese poder tienes escritora.

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