Cuando la sorpresa de redescubrir
el propio pasado trastoca, todo lo vivido, el presente transitado e incluso la
posibilidad de un futuro, las certezas más esenciales que nos dan sustento
llegan a caer en forma impiadosa e imprevista poniendo a prueba las raíces mismas
de nuestra existencia.
Nadie, por más fuerte que se crea
puede salir indemne ante semejante cimbronazo. No hay espíritu –por más
poderoso y experimentado que sea- que no se vea afectado, que no se sienta
estafado y herido por semejante circunstancia. Y dependerá de su propia sensibilidad
la manera en que reaccionará ante tal revelación. Duda, incredulidad, rabia,
impotencia, angustia, cuestionamientos, pasos previos a la reestructuración de
lo que llamamos realidad…cada quien intentará allanar a su manera el camino
tendiente a recuperar su equilibrio, su certeza, el dominio de su propia
racionalidad.
La revelación del predominante papel
que viniera jugando desde sus inicios quien creyera archienemigo, las innumerables
intervenciones en su favor, su inadvertida persistencia, el poder que sobre
ella fue revelando su presencia solapada a través de los siglos…todo confluía al
fin para pensar que algo en su identidad la unía a aquel demonio mucho más
íntimamente de lo que creía. Algo que, a la vez que la inquietaba, alimentaba
con éxtasis su parte más oscura, aquella veta de su naturaleza que siempre buscó
mantener doblegada por temor de dejar salir a la luz algo que no podría después
controlar.
Un estremecimiento que creyó no
volver a experimentar nunca le atravesó su identidad de pies a cabeza: miedo.
Miedo ante la impensada verdad revelada, miedo a la razón por la que su mente
había borrado cuidadosamente aquellos recuerdos. Miedo por pensar que alguien o
algo pudiera haberla estado manipulando. Miedo por sentirse usada. Miedo por
tener que aceptarse vulnerable. Miedo por descubrir la forma en que pudiera al
fin cambiar su destino.
Y junto con el miedo, la
desconcertante sensación de saberse acompañada pese a lo que hacía tanto tiempo
había aceptado. Esa soledad eterna que creía irreversible y a la que –pensaba-
estaba condenada, ya no resultaba ser tal. Si aquel demonio, desde algún punto
de observación incógnito la había estado acompañando y socorriendo a lo largo
de todas sus luchas, sus días de batallas no habían sido tan solitarios como
había siempre creído. Alguien la había custodiado. Sin siquiera pretender el
crédito por haberlo hecho, todo lo contrario, se había siempre esforzado por
borrar los rastros de su presencia, llegando incluso a ser asimilado como
enemigo implacable.
Ahora, a la distancia y tras
haber develado la verdad de entre las arenas de su memoria, Lady se siente inmersa
en lo que surge como un verdadero mar de desconcierto.
Suelen ser sorprendentes, también con sentido, los giros que toman algunas ficciones.
ResponderEliminarMaléfica no es maléfica. Y el demonio de Lady Dark, parece ser que no es nefasto, sino que la protege de la soledad, algo que puede ser peor en alguien con expectativa de vida ilimitada.
Sorprendente pero verosimil giro, por la forma en que está escrita esta nueva entrega de Lady Dark. Hay talento.
Muchas gracias, Demiurgo!...valoro enormemente tus palabras...y tu constante compañía.
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